10 de mayo de 2008

La Generación "Pero" - 29 de agosto de 2007

Eventos recientes me han llevado a recordar a la Generación “O sea” de Luis Rafael Sánchez que tan bien definía las actitudes de la juventud de una época. Según él, no importaba el tema o la situación, estos jóvenes ponían énfasis en sus argumentos con la fórmula “o sea”.

Intentaban con ello expresar sentimientos e ideas para los cuales no tenían las palabras adecuadas. No por su culpa, eran tartamudos intelectuales, vacíos del dominio de su idioma, esa herramienta que nos permite ser dueños de nosotros mismos y miembros de un grupo social.

Desde pequeña soy fanática de lo que llamo exprimir las palabras para sacarles sus múltiples significados y contenidos. En eso, Alex Grijelmo con sus escritos me ha aportado grandes satisfacciones. También mi nieto, Rafael Marrero, que todavía quiere sacarle más jugo al idioma del que a veces se puede. Después de tantos años enseñando y aprendiendo en la Universidad de Puerto Rico y de participar en no sé cuántas agrupaciones, me parece que he logrado detectar una forma de expresión que define la manera en que algunas personas se enfrentan hoy día a ese quemante diario vivir de nuestro país. La he denominado como la respuesta de la Generación “Pero”.

“Pero” es una palabra argumentativa, no deliberativa o armónica. Según el diccionario, “pero”, situado al comienzo de una enunciación, expresa la oposición o contradicción de éste a otro enunciado previo. Como sinónimos para “pero”, entre otros, están dificultad, inconveniente, tara, defecto, sin embargo, no obstante, aunque, a pesar.

Compare o contraste “pero” con además, también, de la misma manera, igualmente, asimismo y verá la diferencia en la forma de asumir una posición ante unos hechos. A la Generación “Pero” no le importa escuchar, sino argumentar.

Créanme que ya de antemano puedo saber cómo es el comportamiento social de una persona por las veces que dice “pero” ya sea en una conversación, clase, situación o discusión.

Es más. Con algunas que conozco comienzo por decirles que me anticipen todos los peros que de antemano tienen preparados para que entonces podamos entablar una conversación. El récord lo tiene una amiga que me dijo ocho “peros” en los primeros cinco minutos en que trataba de explicarle por qué había que tomar decisiones desde ahora respecto a las elecciones del 2008.

Estoy segura que los peros se podrán contar por cientos en las reuniones familiares, de partidos políticos, de agrupaciones comunales, de grupos artísticos. Sin embargo, me aventuro a opinar que en la llamada Legislatura el conteo debe ser por miles.

Así no hay quien resuelva la situación económica ni el status ni el barril o el barrilito ni los casos del Departamento de la Familia ni lo que es la música auténtica o autóctona o puertorriqueña ni la ley de incentivos económicos ni la permisología del Paseo del Caribe.

¿Saben por qué? Porque hay una gran diferencia entre oír y escuchar. El que solamente oye está en la onda del “pero” y de echarle la culpa a los demás. El que escucha se pone en el papel del otro y no toma el “pero” como la pistola o arma con la cual atacar. El que escucha sabe que todo tiene más de un lado y, por eso, no es “pero” lo que va a utilizar, sino además, en efecto, por si acaso, míralo de este lado.

Lo importante es que el del “pero” está encerrado en la protesta. El que escucha está en ánimo de actuar, de mejorar, de organizar, de servir. Escuche a un niño decir 20 peros por los cuales no va a realizar tal o cual tarea. O escuche a un político endilgar la retahíla de peros para no acabar de decidir sobre la unicameralidad o el presupuesto. O escuche a un adolescente enumerar los peros para pasarla bien antes de que la vida lo maltrate. O al líder sindical o al patrono que habla de la negociación en proceso y verá que se están hablando a ellos mismos. Para ellos, el otro no cuenta.

En el conflicto o la mera convergencia llueven los peros, pero no así en el diálogo y el consenso. Eso es lo que nos falta en estos momentos. Con la coraza de los “peros”, nos estamos labrando un mundo tan estrecho que se nos hará difícil vivir en él. ¿Pero podremos cambiar? Tal vez. O sea, a lo mejor, quizás, en efecto, ojalá.